Las conductas de riesgo

Son comportamientos que decidimos llevar a cabo porque nos gustan, pero que pueden tener consecuencias negativas con mayor probabilidad cuanto más las repetimos.

Algunas conductas de riesgo son el uso de pantallas, los juegos on-line, conducir (sin carnet, sin casco, a gran velocidad, hablando por el móvil, sin cinturón), las apuestas deportivas, los consumos (de alcohol, otras drogas), las relaciones sexuales de riesgo, etc.

En las edades preadolescentes y adolescentes son ejemplos de conductas de riesgo llamar a timbres de casas y salir corriendo, robar en grupo en tiendas, conductas disruptivas en cuadrilla, el exceso de tiempo en pantallas, el consumo de sustancias, la alimentación no equilibrada, etc.

Conductas placenteras vs. problemáticas

Las conductas de riesgo suelen ser placenteras para quien las empieza a desarrollar, proporcionando consecuencias positivas hasta un determinado nivel de ejecución. Existe un continuo entre:

  • Uso: consumo o actividad que no acarrea consecuencias negativas en el individuo. Al revés, proporciona placer o bienestar.
  • Abuso: consumo o actividad perjudicial, que acarrea consecuencias negativas para la persona.

Por ello, la “trampa” de las conductas de riesgo reside en que a corto plazo (uso) los efectos son positivos y casi seguros, mientras que, con el abuso, los efectos negativos llegan a largo plazo y son sólo probables.

¿Cómo detectarlas? los indicadores

Los indicadores de las conductas de riesgo son síntomas o señales que dan idea de que puede haber un problema con ellas (cuanto más frecuentes o intensos son).

Algunos indicadores de una conducta de riesgo problemática son físicos (ojeras, sueño, “embotamiento”, adelgazar) y otros psicológicos (estados de ánimo muy alterados o cambiantes, desmotivación, ansiedad-depresión).

Numerosos indicadores son de tipo conductual: dificultad para mantener hábitos cotidianos (asistir a clase o a actividades, sueño, comidas, horarios), bajones bruscos en el rendimiento escolar, conflictividad creciente en casa, cambios a grupos de amigos “problemáticos”, mentiras, descontrol material (gastos no justificados), etc.

El papel de los padres y madres: pautas para la prevención

Resultan imprescindibles las estrategias de “control” de las conductas de los hijos: la supervisión (adecuada a la edad), enseñar a tener límites y “moderación”, y la aplicación de consecuencias ante las distintas conductas.

Deben ir acompañadas de estrategias de comunicación  que ayuden a mantener la relación, la confianza y la cercanía: escucha activa, empatía, refuerzo de aspectos positivos…

Por último, el papel de las personas adultas debe ir encaminado a acompañarles, ayudándoles a pensar bien las decisiones (poniendo en la “balanza” aspectos positivos y negativos), potenciando y mostrando fuentes diversas de satisfacción alternativas a las conductas de riesgo, etc.

 

Fdo: Alfonso Arteaga
Doctor en Psicología. Universidad Pública de Navarra